Represión migratoria genera temor y solidaridad en iglesia católica a poca distancia de la Casa Blanca
WASHINGTON (AP) — El imponente Santuario del Sagrado Corazón, una iglesia católica a poca distancia de la Casa Blanca, fue concebido para que fuese un refugio para los fieles. Ahora su congregación, formada en su mayoría por inmigrantes, está sumida en el miedo.
Los clérigos que la encabezan dicen que más de 40 miembros de su parroquia han sido detenidos, deportados o ambas cosas desde que las fuerzas policiales de Estados Unidos intensificaron su despliegue en agosto.
Muchos feligreses tienen mucho miedo de salir de casa para asistir a misa, comprar alimentos o buscar atención médica, ya que la represión migratoria por parte del gobierno del presidente Donald Trump apunta a sus comunidades.

El cardenal Robert McElroy, que encabeza la arquidiócesis de Washington, declaró que el gobierno estaba valiéndose del miedo para robarles a los inmigrantes “cualquier sentido de paz o seguridad reales”.
“Realmente es un instrumento de terror”, dijo a The Associated Press.
El incremento en las fuerzas policiales federales por parte de Trump técnicamente concluyó el 10 de septiembre. Pero elementos de la Guardia Nacional y agentes federales permanecen en la capital de la nación. Eso incluye a autoridades de inmigración, que continúan merodeando cerca del Sagrado Corazón, la cual se encuentra en una pujante comunidad hispana flanqueada por dos vecindarios —Columbia Heights y Mt. Pleasant— que han sido hogar de sucesivas oleadas de inmigrantes.
La parroquia fue establecida hace más de 100 años por inmigrantes irlandeses, italianos y alemanes. En la actualidad, la mayoría de sus 5,600 miembros provienen de El Salvador, pero también de Haití, Brasil y Vietnam.
Las redadas migratorias han trastornado vidas y el culto en el Sagrado Corazón. Las familias lloran por sus seres queridos desaparecidos. La asistencia a las misas, que se celebran en varios idiomas, ha disminuido drásticamente, lo cual es visible en las muchas bancas vacías bajo los coloridos mosaicos de la iglesia con cúpula.

“Aproximadamente la mitad de las personas tienen miedo de venir”, dijo el padre Emilio Biosca, sacerdote de la iglesia.
Pero la comunidad del templo rechaza ser reducida a víctimas impotentes. Durante la crisis, sacerdotes y voluntarios han asistido a audiencias en tribunales de inmigración, pagado alquileres y honorarios jurídicos, y donado y entregado alimentos a aquellos que temen salir de casa.
“Nuestro papel aquí en la iglesia ha cambiado, también de manera drástica”, explicó Biosca. “Debido a que tenemos tantas personas que se ven afectadas negativamente por esa situación, no podemos seguir como si no pasara nada”.
Voluntarios activos en la iglesia enfrentan deportación
En un día reciente, los feligreses dedicaron un rosario en honor a los miembros de la iglesia que han sido detenidos y deportados. Rezaban diariamente a través de Zoom, ya que muchos tienen miedo de salir de sus hogares.
Entre ellos estaba una mujer que no ha regresado al templo desde el mes pasado, cuando agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) detuvieron a su esposo mientras la pareja vendía frutas y verduras desde un puesto, el cual era su principal fuente de ingresos.
Ingresaron a Estados Unidos ilegalmente hace casi dos décadas para escapar de la violencia de las pandillas en El Salvador. Se conocieron en el Sagrado Corazón, donde ambos han sido voluntarios activos, a menudo encabezando retiros y otras actividades. Durante años, su esposo ayudó a coordinar las populares procesiones de Semana Santa.
Cuando su marido fue detenido, la primera persona a la que la mujer llamó fue a su sacerdote. Desde entonces, la iglesia le ha ayudado a pagar su alquiler. Ahora se está preparando para mudarse a Boston con miembros de su familia mientras su esposo enfrenta la deportación desde un centro de detención en Luisiana. A menos que ocurra algún cambio imprevisto que le permita a él quedarse en Estados Unidos, ella planea regresar a El Salvador para estar con él.
“Ha sido un mes muy difícil y amargo, de llanto y sufrimiento”, lamentó, hablando a condición de guardar el anonimato por temor a ser deportada. “Nuestras vidas cambiaron de un día para otro. Teníamos tantos sueños”.
En su apartamento sostenía cuentas de rosario, rodeada de las cajas de cartón que había estado empacando con sus pertenencias. En su escritorio, cerca de un altar improvisado a la Virgen María, guarda una tarjeta de oración del papa León XIV, quien ha prometido “estar con” los migrantes.
Cuando alguien en el culto por Zoom leyó un nombre de una larga lista de detenidos, ella se estremeció y susurró tristemente: “Ese es mi esposo”. Sobre ella colgaba una foto enmarcada de la pareja, sonriendo alegremente el día de su boda en el Sagrado Corazón.
La Iglesia católica apoya a los migrantes
Un clérigo de alto rango en la arquidiócesis, el obispo auxiliar Evelio Menjivar, cruzó ilegalmente a Estados Unidos en 1990 después de huir de El Salvador. Su camino hacia la jerarquía de la Iglesia —después de trabajar en empleos ocasionales y obtener asilo, y luego la ciudadanía estadounidense— lo ha convertido en un símbolo importante para los inmigrantes católicos del área.
Sobre las recientes detenciones efectuadas por el ICE, Menjivar observó: “Ese podría haber sido yo, ¿sabes?”.
Recientemente ayudó a encabezar una procesión en apoyo de los migrantes y refugiados, la cual partió desde el Sagrado Corazón.
Indicó que para él la parroquia es como su hogar. “Tiene un lugar muy especial no sólo para mí, sino para muchos, muchos inmigrantes”, apuntó.
La Iglesia católica defiende firmemente los derechos de los migrantes, incluso cuando reconoce los derechos de las naciones para controlar sus fronteras. Los católicos en Estados Unidos dependen de sacerdotes nacidos en el extranjero para que presten servicio en las parroquias. En la arquidiócesis de Washington, que incluye el Distrito de Columbia y partes de Maryland, más del 40% de los feligreses son hispanos.
Tricia McLaughlin, subsecretaria del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), dijo por correo electrónico que “las acciones policiales del DHS en Washington, D.C. están enfocadas en los peores de los peores criminales violentos extranjeros”.
Biosca, el sacerdote del Sagrado Corazón, había pensado que las redadas migratorias implementadas por el gobierno de Trump se centrarían en delincuentes violentos. Pero luego, señaló, comenzaron a ir tras los miembros de su congregación.
“Se volvió muy insoportable”, indicó, y añadió que el blanco de las redadas parecía ser cualquiera que “simplemente pareciera hispano”.
En la Escuela del Sagrado Corazón, el director Elias Blanco dijo que al menos dos familias sacaron a sus hijos de allí porque no querían arriesgarse a ser detenidos mientras los dejaban en la puerta.
“Definitivamente hay mucho miedo entre nuestros padres”, explicó.
Muchos de los niños en la escuela son ciudadanos estadounidenses que tienen padres que se encuentran ilegalmente en el país. En caso de que sean detenidos, algunos padres han firmado afidávits de cuidador, en los que designan a un tutor legal, con la esperanza de que sus hijos no vayan a dar a un hogar sustituto.
“Es como un efecto dominó”, dijo Blanco sobre las detenciones migratorias. “Podría ser una persona, pero ese individuo es el padre de alguien, el esposo de alguien, el hermano de alguien, y luego impacta a toda la familia”.
El clero acompaña a los inmigrantes en el tribunal
Líderes eclesiásticos han acompañado a los feligreses a cortes de inmigración, donde, en ciudades de todo el país, agentes del ICE enmascarados han arrestado a inmigrantes al salir de las audiencias.
El padre Carlos Reyes, un sacerdote del Sagrado Corazón originario de El Salvador, asistió a una audiencia con una feligresa de 20 años que llegó recientemente a Estados Unidos ilegalmente desde Bolivia.
Gracias al apoyo de Reyes y del Sagrado Corazón, ella indicó que su esperanza y su fe católica se han profundizado.
“Es un refugio para mí porque es todo lo que tengo aquí, porque no tengo a nadie”, dijo sollozando después de una misa dominical. Habló a condición de guardar el anonimato porque pronto tendrá otra audiencia en el tribunal y teme ser deportada.
Feligreses hacen entregas a domicilio para aquellos que se ocultan
Un sábado reciente, varios voluntarios se reunieron en el sótano de la iglesia. Formaron un círculo para rezar antes de empacar bolsas de alimentos donados.
Luego hicieron entregas a los feligreses inmigrantes que no habían salido de sus hogares en semanas, ni siquiera para comprar comestibles. Algunos destinatarios salieron para agradecer a los voluntarios, mirando cautelosamente a su alrededor en caso de que en las inmediaciones hubiera agentes del ICE.
“Estas personas están perdiendo su dignidad”, declaró una feligresa que ayudó a entregar la comida y es residente legal de Estados Unidos. Habló a condición de guardar el anonimato, pues teme que su proceso para obtener la ciudadanía estadounidense pudiera verse interrumpido.
“Como personas de Dios, no podemos simplemente quedarnos de brazos cruzados”, recalcó. “Tenemos que hacer lo que podamos”.
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